Lo más normal en el mundo del fútbol es que los jugadores de todos los continentes emigren a Europa, porque los torneos en el llamado viejo continente son más fuertes, se juega mejor fútbol y los salarios son mucho más altos, que también es importante. Por eso los cracks de América, África y Asia, en menor medida, hacen sus maletas temprano y fichan por clubes europeos.
Jugar en Europa es sinónimo de triunfo y los jugadores de Sudamérica, por ejemplo, no desaprovechan ni una oportunidad para cambiar de aires. Incluso, algunos se han ido a clubes desconocidos, porque saben que dejándose ver allí, todo será más fácil para conseguir luego pasar a organizaciones más reconocidas, con posibilidades de ganar y tener, incluso, salarios con más de seis ceros a la derecha.
Un ejemplo es el uruguayo Darwin Núñez, quien se formó en la cantera de uno de los clubes más famosos y prestigiosos de su país, Peñarol, y en lugar de quedarse para hacer carrera allí, aceptó, en 2017, una oferta de la Unión Deportiva Almería, de España, que entonces estaba en segunda división y se fue a Europa. Ese paso demuestra que los jugadores sudamericanos sueñan con cruzar el Atlántico, sobre todas las cosas.
Es una de las opciones que contemplo, que me atraen. Como todos sabemos ahora que he tomado la decisión, pues es muy amplio. Ya dije en su día que el poder jugar en La Liga española y en Europa quedaba descartado completamente. Quería vivir una experiencia lo más diferente posible a lo que ya había vivido durante toda mi carrera. Dentro de ese mercado son varias las ligas que me atraen
EN CONTRA DE LA CORRIENTE
El caso de Darwin Núñez es el del chico exitoso, que en el Almería hizo los deberes y llamó la atención de otros clubes, entre ellos el Benfica que, dos años después, puso 24 millones de euros sobre la mesa y se lo llevó. El camino de Núñez continuó ascendiendo y fue a parar al Liverpool inglés, uno de los más grandes clubes del mundo, para demostrar que su intuición y el haber arriesgado tuvieron su recompensa.
No todos los casos son como el de Darwin Núñez. Otros firman, incluso antes de que puedan irse del país, por grandes clubes, y ahí podemos poner el ejemplo de los brasileños del Real Madrid: Vinicius, Rodrigo, Endrick, quienes se comprometieron con su nuevo equipo y tuvieron que seguir jugando en su país, porque aún no cumplían los requisitos de edad para poder marcharse a su nuevo destino.
Jugar en Brasil debe ser maravilloso, hay muchas rivalidades fantásticas aquí. Si bien Real Madrid y Barcelona es un partido que está más arriba, yo quiero sentir eso nuevamente. Me interesa jugar en Brasil pero para eso primero debo recibir una propuesta
Eso ya es normal. Los ojeadores europeos trabajan a destajo en Sudamérica y cada vez que sale un niño al que le ven condiciones, advierten a Europa y comienza la cacería del nuevo talento, con ofertas a veces mareantes, que ni el jugador ni su familia estaban dispuestos a rechazar, y comenzaba entonces una especie de subasta, que terminaba ganando el más arriesgado o el que más dinero pusiera sobre la mesa.
Muchos de los jugadores que se van a Europa de chicos, luego que su carrera enfoca el tramo final, con fortunas monumentales y sus cuentas saturadas de millones, regresan a sus antiguos clubes, a sus países. Ejemplos hay miles, desde Diego Maradona hasta Ronaldo Nazario, pasando por campeones del mundo, de la Champions, o ganadores de los más prestigiosos premios individuales.
En sentido contrario no ocurre, salvo raras excepciones, a veces tan raras que no vale la pena mencionarlas, porque el europeo que se va a hacer carrera a América, lo hace porque no pudo triunfar en Europa. Uno de los ejemplos fue el de Juan Miguel Callejón, quien jugó más de 160 partidos con el Bolívar boliviano, en una liga menor, solo porque quería ser profesional y no podía jugar en el Real Madrid o el Nápoles, como su hermano José María.
EL EXTRAÑO CASO DE DEPAY Y MUNIAIN
Los que se van de Europa, en los últimos tiempos, escogen ligas exóticas, en esos países donde los gobernantes pretenden que el fútbol se arraigue, a la caza de alguna Copa Mundial, por ejemplo, y entonces pagan cifras estratosféricas, tan altas como los 200 millones de dólares que le pagan cada año a Cristiano Ronaldo, justo cuando ya dejó de ser el jugador que fue. Me refiero a Arabia Saudita, Qatar, o incluso China.
Algunos se vana Estados Unidos, que también es una liga menor, que también pretenden que suba su nivel y que paga sumas cuantiosas a las grandes estrellas, una de las causas, por ejemplo, de la mudada de Lionel Messi desde el Paris Saint-Germain al Inter de Miami, pero poco más. Eso sí, pocos insisten en irse a Argentina, como hizo el vasco Iker Muniain, quien insistió en jugar en River Plate, el club que amó desde niño, pero tuvo que terminar en San Lorenzo.
El ya excapitán del Athletic Club quería jugar en el Monumental y para conseguirlo, no se pondrá la playera de River, pero lo hará de visitante con la de Boca Juniors. Es su sueño y quiere cumplirlo, como mismo hizo hace unos años el italiano Danielle de Rossi, quien hizo todo lo posible por jugar en Boca Juniors y lo consiguió. A De Rossi le apasionaba La Bombonera, un lugar donde el mejor árbitro de los últimos años, el italiano Pierluiggi Collina, se quedó con deseos de pitar.
Por último, está el caso de Memphis Depay, un neerlandés con gol y clase, que cualquier club de Europa hubiera contratado. Incluso, la mayoría de los equipos de Arabia Saudita le hubieran pagado una barbaridad de millones, pero prefirió ir al Corinthians. Las causas, se conocerán un día, pero solo demuestran que aún hay románticos en el fútbol, y los dos últimos son Depay y Muniain, para bien del más universal.
Yo lamento que allá (por Argentina) no me conozcan tan bien: yo no miento. Nunca me perdonaría poner a mi hija como razón alguna para cubrir una excusa. En noviembre del año pasado ya estaba convencido y había tomado la decisión: mi hija me extrañaba muchísimo y tenía que volver a Roma
Ahora hace falta ver si el ejemplo de ambos es seguido por otros grandes jugadores, y cambian los dorados destinos árabes por las siempre románticas ligas de Brasil, Argentina o Uruguay, de donde han salido, por décadas, muchos de los mejores jugadores del mundo, quienes no siempre se embullan a volver, o al menos no cómo lo hacen Muniain y Memphis Depay.