José Fernández era el rostro del béisbol. Fue la sonrisa de aquel deporte que a millones les pareció desde siempre -y aun les parece- aburrido y algebraico. Si lo veías lanzar, te enamorabas del juego y del pitcher, del joven con cara de niño que reía siempre, pero que era un competidor infernal, un ganador a toda prueba, alguien que creía, sobre todo, en sus inmensas posibilidades.
En el tiempo que jugó para los Marlins, ninguna camiseta se vendió más que la suya, y nunca hubo más público en el Marlins Park que cuando la afición sabía que le tocaba lanzar. Verlo era un espectáculo total. Era un guerrero allí arriba, un gladiador que no daba tregua, que quería siempre ganar, y la mayoría de las veces lo conseguía, porque había nacido para eso, para ser grande, para ser héroe.
Llevaba consigo, junto con aquella camiseta con el número 16 a la espalda, la marca del héroe y los héroes, como sabemos, mueren jóvenes. Los que trascienden tienen lindas sonrisas, un porte genial, juventud, glamour, carisma. Y todo eso le sobraba a José, quien se echaba en el bolsillo con facilidad a sombrosa a cualquiera, hasta el ríspido Barry Bonds, como verán en los vídeos adjuntos.
Es una tragedia para el béisbol. José fue una estrella en el terreno pero fue inclusive mejor como persona. Descansa en paz, amigo
AQUEL ACCIDENTE FATAL
Aquella mañana me despertó el vecino, que sabía de mi pasión por el béisbol profesional. Me dijo que había muerto un pitcher de los Marlins, que no sabía cómo se llamaba, pero que era cubano. Se lo había dicho un tío, con quien había hablado, que vivía en Miami. Si era así, el muerto era José. En los Marlins solo había dos cubanos, y pitcher solamente él. Al momento busqué en internet y la noticia me aplastó.
José Fernández, el chico que había nacido en la ciudad de Santa Clara, en el mismo centro de Cuba, en el difícil año 1994, apenas tenía 24 años. Era casi un niño y apenas llevaba tres en las Grandes Ligas, muy poco tiempo como para dejar huella, a no ser que llevaras su nombre y hubieras encantado y enamorado a la afición en cada salida. Ese día, el 25 de septiembre de 2016, fue un día duro para la ciudad y los fanáticos.
Fue una tragedia horrible. Siempre que eso le sucede a alguien tan joven (24)… Él era una estrella brillante, resplandeciente. Era una persona que amaba a los niños y amaba a la gente. Todo en él… te conmueve. Hubo una gran efusión de emociones.
Fernández murió en un accidente en una lancha, en la que iba con unos amigos. En algún momento, él, quien iba al timón, perdió el control de la misma y se fue contra los arrecifes. Lo encontraron muerto. Había muerto él, que parecía haber nacido para vivir siempre, que, incluso, cuando su escapada en lancha a Estados Unidos, se había lanzado de la embarcación en plena corriente del golfo a rescatar a un familiar.
José pudo haber triunfado en cualquier deporte. Tenía un físico prodigioso, unas condiciones increíbles para la actividad física y no dudó en lanzarse al mar a rescatar a su familiar, quien había caído al agua en un bandazo de la embarcación. Y luego, murió en el mar, unos años después, cuando la casi totalidad de los equipos de Grandes Ligas ansiaban tenerlo en su nómina.
Ya era un grande, un jugador con peso en el vestuario, con ascendencia sobre el resto de los compañeros, un pitcher respetado por los rivales, y adorado por la afición. No han tenido Los Marlins, en su historia de poco más de 30 años, un pitcher de su nivel, de su carisma y de sus resultados. No ha habido otro que llevara tanta gente a las gradas, que despertará tantas pasiones.
JOSÉ IBA PARA GRANDE
Insistimos en que José escapó de Cuba y llegó a Miami con apenas 15 años. Sabía de sus condiciones, del talento que necesitaba pulir para hacer carrera en el llamado mejor béisbol del mundo. Nada más llegó a la Florida, los ojos de los cazadores de talento se pusieron en él, hasta que fueron los mismos Marlins quienes lo escogieron en la primera ronda del draft de 2011 para comenzar su camino en Ligas Menores.
En las categorías inferiores, arrolló. Ganó 15 juegos y perdió cuatro, trabajó para 2.32 de efectividad y ponchó a 198 bateadores en 163 innings. Fue suficiente para que lo escogieran como el mejor lanzador del año en la categoría, y para que Basseball América lo consideró el mejor prospecto de los Marlins y el quinto mejor de todo el mundo del béisbol. Pero lo mejor estaba por venir.
Para la temporada de 2013 estaba en la lista inaugural. Era el segundo jugador más joven de la Liga Nacional tras Brice Harper, y no hizo quedar mal a los que confiaron en él: ganó 12 juegos, perdió seis y en 28 partidos trabajó para una asombrosa efectividad de 2.28. En 172 entradas, ponchó a 187 bateadores y permitió solo 5.8 hits por cada nueve innings sobre el montículo.
Con estos números, fue fácil ganador del premio al Novato del Año, y terminó tercero en la votación para el premio Cy Young, al mejor lanzador del circuito, por detrás de Clayton Kershaw, de los Dodgers de Los Ángeles, y Adam Wainwright, de los Cardenales de San Luis. Fue solo su primer año y vendrían más cosas, como su visita al Juego de las Estrellas en dos ocasiones.
Al final, en su corta carrera, José Fernández ganó 38 juegos, perdió 17 y trabajó para 2.58 de efectividad, además de ponchar a 589 rivales, para promedio de más de uno por entrada. Como homenaje a su entrega, a la pasión y a la alegría por el juego, los Marlins retiraron su número y le rindieron honores en el campo. Han pasado ocho años desde entonces, pero recuerdo del lanzador cubano sigue presente en quienes lo vieron, tal vez como secuela de algo que no se puede pasar por alto: su espíritu indomable, su carisma y sus ganas de ganar.
