Cuando Joao Félix tenía 17 años, los ojos del fútbol estaban sobre él. Todos los grandes equipos lo querían, porque en esas categorías, llamadas inferiores, se notaba que estaba a una distancia sideral sobre el resto de sus contemporáneos. Estaba llamado a ser un crack, uno de esos jugadores que aparecen muy de vez en vez, como tocados por una varita mágica.
A principios de 2019 muchos se los disputaban. Estaba en el Benfica y todos sabemos que el equipo portugués no es de esos que puede controlar a un jugador por mucho tiempo, sobre todo si tiene grandes pretendientes. Y en julio de ese año, poco después de abrirse el mercado de fichajes, el Atlético de Madrid puso 127.2 millones de euros sobre la mesa y se lo llevó al entonces Wanda Metropolitano.
Era mucho dinero, una cantidad enorme para un jugador de apenas 19 años, que iba a llegar a un equipo que lidiaba con dos colosos, a los cuales tenía la obligación de derrotar. Joao era la bandera, el arma a la que apelaría la fanaticada para doblegar a Real Madrid y Barcelona. El mismo día que se presentó en su nuevo campo, una tonelada de responsabilidad cayó sobre sus espaldas.
Cuando no entiendes la idiosincrasia de dónde estás, es muy difícil... todo lo bueno que le pase a Joao Félix será bueno para el club. Si se queda en Barcelona, tendremos un buen ingreso por él. Y si vuelve con nosotros, llevamos tres años esperándolo
SIN ENCAJE CON EL CHOLO SIMEONE
El joven Joao Félix creyó que había llegado al Atlético de Madrid para ser líder, para ser la gran figura, la que no se sacrificaba en defensa y guardaba todas sus energías para salir en busca de la portería contraria, cuando se diera la oportunidad. Lo suyo, pensó, era la orfebrería, y no el trabajo pegado al horno, sintiendo el calor del fuego, como los obreros.
A eso se adaptó desde las categorías inferiores del Benfica o la selección de Portugal, y pensó que lo habían fichado para lo mismo, para encabezar un proyecto a su alrededor, porque no se gastan casi 300 millones de euros para convertir a un genio en un obrero. Pero se equivocó, porque la gran figura del Atlético no iba a ser él, incluso ni iba a correr por el campo.
Siempre ha sido el club de mi infancia y me quiero quedar, pero no depende de mí (…) Puede haber movimientos. Estoy cedido, pero no va a depender de mí. He dicho que me encanta el Barça, siempre ha sido el club de mi infancia y me quiero quedar, pero no depende de mí, depende otras muchas cosas. Y vamos a ver lo que puede pasar
El gran líder del equipo rojiblanco era -y es- Diego Pablo Simeone, el Cholo, y todos los jugadores tienen que poner a un lado sus egos y someterse a a voluntad ciega del argentino. Y con eso tropezó Joao. El técnico lo obligaba a bajar a defender, y eso le restaba fuerza y cabeza fría para el ataque, y el jugador se fue diluyendo. Unas veces se quedaba en el banquillo, otras salía solo en los minutos finales.
El chico era fuerte, pero el entrenador más. Y el poder estaba del lado del técnico, quien, para que no hubiera dudas, hasta lo dejó alguna vez en la grada. La relación estaba rota y como el entrenador no iba a salir, lo tendría que hacer el delantero, a quien su agente, Jorge Mendes, le encontró acomodo en el Chelsea, y no le quedó más remedio que hacer las maletas e irse cedido.
Solo fueron unos meses, exentos de protagonismo. Porque el chico rebelde en la cancha, el muchachito capaz de revolucionar el juego, levantar las tribunas y golpear al contrario, se había perdido entre la vorágine de piernas y esquemas ultradefensivos del Cholo Simeone. NI jugó mucho, ni destacó, y no tuvo otra opción que volver a las órdenes del hombre que lo había enterrado como futbolista.
EL BARCELONA, EL REGRESO Y LA SALIDA DEFINITIVA
La aventura del Chelsea fue un fracaso, y ayudó a devaluar aún más al internacional portugués, que cuando aterrizó en Madrid por 127.2 millones de euros, Transfermarket llevó su tasación hasta los 100 millones, pero para entonces ya solo lo cifraban en 50, en una caída brusca, pocas veces vista en un jugador sano físicamente, pero golpeado por el rechazo del público y el escaso entendimiento con su técnico.
Más se devaluó en el Barcelona, a donde se fue cedido con opción de compra, aunque no obligatoria, y donde no estuvo más de una temporada. Al principio, parecía que el equipo catalán se lo quedaría a él y a su compatriota Joao Cancelo, pero al final el jugador se fue quedando en el banquillo, solo aportó algunos destellos con un equipo deshecho y desmoralizado y la directiva lo devolvió a Madrid.
Joao es un magnífico jugador. En el Barcelona ha encajado muy bien, está muy bien, y nosotros lo que le deseamos es toda la suerte del mundo
La presente pretemporada la arrancó de nuevo a las órdenes del Cholo Simeone, pero consciente de que tenía que irse. A la ruptura con el entrenador había que agregar otra con la grada. Los seguidores ya habían ultrajado en más de una ocasión su placa en los alrededores del Metropolitanos, como señal de que todo lo que hizo con anterioridad no se lo iban a perdonar.
Entonces, volvió a aparecer el Chelsea, que, a pesar de su plantilla sobregirada, con más de 40 futbolistas, pago 50 millones al Atlético por él, y le ofreció un contrato de siete años, algo así como que estará en la disciplina del equipo londinense hasta 2031, en una nueva oportunidad para demostrar que le queda fútbol, que puede volver a ser el jugador importante que encandilaba cuando era un adolescente.
El caso de Joao Félix deja muchas lecciones, pero la más importante es para los propios entrenadores: los artistas no pueden ser obreros, y no todo jugador sirve para todos los técnicos. El luso y Simeone nunca estuvieron cómodos el uno con el otro, y ahora toca el jugador portugués demostrar que aún puede ser importante, pero puede que le cueste, porque viene de muchos años duros y muchas incomprensiones.