El ciclismo de ruta es uno de los deportes más duros existe. Y dentro de ese mundo de las carreteras, el Tour de Francia es el más exigente, fuerte y peligroso, con muchas situaciones que conspiran contra cada uno de los competidores, desde la arrancada en cualquier lugar hasta la llegada a París en el famoso paseo de los campeones. Una Odisea total que además de talento necesita de un poco de suerte.
Miles de kilómetros de carretera no son fáciles de controlar. No es como un estadio, con chequeos en cada puerta de entrada, donde agentes del orden, o el personal al servicio de los clubes, se encarga de controlar todo lo que entran los aficionados, o casi todo. En el Tour hasta un perro suelto puede ser un peligro latente, capaz de acabar con la ilusión de un ciclista, y hasta con su vida.
Así ha sido por años, con amenazas terroristas incluidas. Al final, pagan los corredores, muchos de los cuales han ido al piso o han perdido la posibilidad de seguir en la carrera, por el accionar de intrusos, personas que violan las medidas de seguridad o actúan de mala fe, con el objetivo de perjudicar a un corredor u otro, incluso hasta la propia competencia porque afecta sus propios intereses.
TIEMPO DE CHINCHETAS Y DE UNA FRANCIA VIOLENTA
Luego de dos etapas en territorio español, con apertura en Bilbao, donde se dio la salida y estuvo la meta de la primera ronda, el Tour entra en suelo francés, en un país marcado por protestas generalizadas tras el asesinado de un joven negro a manos de un policía, que adujo haber actuado en defensa propia, aunque un vídeo hecho público después desmintió el actuar del agente del orden, que permanece preso.
En las primeras etapas las reinas fueron las chinchetas, causantes de numerosos pinchazos, y motivo de reclamo para más de un competidor, afectado por las mismas, a veces con las gomas llenas de ellas, con el riesgo que implica. Entre los que alzó la voz estuvo el kazajo Aléxei Lutsenko, quien mostró a los medios sus gomas acribilladas por esos artefactos, usados generalmente como material de oficina.
El pedalista del Astana considera una irresponsabilidad esa forma de actuar, pero es muy poco posible que los organizadores y los agentes del orden encuentren una solución al problema, y desde ahora presiento que los corredores tendrán que adaptarse a las mismas para todo el trayecto, porque, al parecer, es la nueva moda para boicotear la carrera o perjudicar a algunos ciclistas.
Y encima de eso, el Tour ya está en el país que lo acoge, en una sede revuelta, marcada por las protestas, los incendios, el destrozo de la propiedad, los enfrentamientos, en un caos generalizado que puede poner en riesgo alguna etapa, incluso el desarrollo mismo de la lid, aunque todos abogamos porque las protestas no interfieran en el feliz desarrollo de la más fuerte y linda competencia de ciclismo del mundo.
El ciclista francés Lilian Calmejane, que corre para el equipo Intermarché-Circus-Wanty. fue otro de los que subió vídeos a las redes sociales, con un mensaje en el que advierte que no debe haber sido el único afectado por las chinchetas y recordándole al público que las mismas pueden provocar caídas de los corredores, con las consiguientes consecuencias. Incluso, tiró de ironía al dar las gracias por ese tipo de accionar.
CLAVOS, AGRESIONES, AMENAZA TERRORISTA
Las amenazas contra el club y el intento de boicot no son cosas de los últimos años ni décadas. La historia de los clavos viene de muy lejos, y ya en 1905, apenas en su tercera edición, la policía francesa tuvo que abrir una investigación para averiguar el destino de más de 100 kilogramos de clavos compradas en diferentes ferreterías de la llamada Ciudad Luz, y destinados a acabar con la carrera, supuestamente porque algunos granjeros no querían que la misma pasara por sus tierras o las cercanías.
Casi un siglo después, en 1996, volvieron a tener protagonismo los clavos y chinchetas. En la edición de ese año llovieron los pinchazos, no solo en los corredores, sino también en los vehículos que acompañan la carrera, en otro intento de sabotaje que investigó la policía, pero que tampoco encontró culpables, por lo difícil que resulta, en un trayecto tan extenso saber quién atentó contra el Tour, al menos en cuanto a lo que a esas cosas se refiere.
El terrorismo también hizo acto de presencia en algún momento, sobre todo cuando ETA, siglas de la organización terrorista y nacionalista vasca Euskadi Ta Askatasuna, amenazó con sabotear la carrera, o intentó condicionar a algunos pedalistas para que no vistieran el maillot de líder, entre otras muchas cosas que destaparon las alertas entre organizadores y competidores y que por suerte han quedado en el pasado.
Contra los pedalistas hubo hasta disparos en algún momento. Y no hay que ir tan atrás para tener referencias, porque en la edición de 2009, el español Oscar Freire tuvo que ser llevado de urgencia a un hospital luego de que una persona disparara varias veces contra la caravana de ciclistas, supuestamente molesto porque la misma pasaba por sus propiedades o por carreteras cercanas.
No fue el único lesionado entonces, pero por suerte no hubo muertos. Ojalá ahora tampoco haya daños mayores por la fiebre de arrojar chinchetas a las carreteras por donde van a pasar los ciclistas, entre los cuales una caída puede convertir en un caos el pelotón y provocar lesiones a los pedalistas, incluso sacarlos de la lid. Esperemos que el Tour llegue a buen puerto, como casi siempre.