Hay deportes que generan violencia per se. Ninguno, sin embargo, llega a los niveles del fútbol, y en esa bolsa enorme que es el más universal, se incluyen lo mismo partidos de clubes que de selecciones. Basta con el movimiento de un grupo de aficionados de un lado a otro, a veces sin entradas para ver los juegos desde las gradas, para que ocurran hechos lastimosos, que dejan muy mal parada la imagen del deporte y de sus aficiones.
Hace apenas unas horas estuvo a punto de suspenderse un partido entre Brasil y Argentina en el mítico Maracaná. Seguidores de ambos equipos se enfrentaron en las gradas, en lugares donde había mujeres y niños, lo que obligó a las fuerzas del orden a intervenir y a reprimir, sobre todo, a la fanaticada de la albiceleste, que se llevó la peor parte en los choques, por razones que pudieran parecer obvias y que no lo son.
Las imágenes que aparecieron en los medios entonces, y después, dejan a madres aterrorizadas mientras cargan a sus niños, o los esconden de los violentos, y también infantes presos del terror, al ver cómo los violentos se lanzaban cualquier cosa que tuvieron a mano, incluso las sillas de la propia instalación. Hechos como estos dan pena y generan incertidumbre en cuanto al futuro del fútbol como deporte de masas.
LA RIVALIDAD Y LAS AFICIONES
Algunos, los que defienden aún esa forma de actuar, insisten en que los clubes y las autoridades competentes tienen que tomar medidas para evitar que estas cosas ocurran, pero hay algo más, que se llama sentido común, que deja muy mal parados a los que abogan por barreras, muros, cientos de agentes entre una tribuna y otra para evitar la violencia, el lanzamiento de bengalas, acciones hostiles y violentas.
La mayor rivalidad del béisbol, por ejemplo, es la de los Yankees de nueva York y los Boston Red Sox, de las Grandes Ligas de Estados Unidos, sin embargo es normal ver aficionados de los Medias Rojas en el Yankee Stadium, con camisas y gorras del equipo de sus preferencias. Y lo mismo sucede en Fenway Park con los seguidores de los Mulos de Manhattan. Es deporte, no una guerra y es hora de parar esas actitudes hostiles.
Hace poco, en España, ultras del Atlético de Madrid insultaron a una niña que quiso entrar al Civitas Metropolitano con una camiseta del Real Madrid. Era una niña de unos 10 años y la insultaron todo cuanto quisieron. Fue una señal de que el mundo del fútbol se ha vuelto loco. ¿Cómo van a insultar a un niño por llevar los colores de su equipo a un campo cualquiera? ¿Qué tiene de malo?
Escenas similares pueden verse en todos los campos de España y de Europa, nada más y nada menos que de la culta Europa, donde aún se insulta a los jugadores, árbitros y técnicos, donde se le gritan insultos racistas a algunos, como si el hecho de pagar la entrada te diera derecho a decir lo que te venga en gana sobre los que están sobre el césped. Muchas veces, esos mismos, son los que generan los encontronazos en las gradas.
Hay clubes que han tomado medidas duras contra los ultras. Los han alejado de los estadios, de los clubes, los han marginado. Pero otros no, entre ellos el Atlético de Madrid, por ejemplo. Y hasta que el más universal, con la gestión de todos, no termine con los llamados hooligans, barras bravas o como queramos nombrarlos, no habrá paz en los estadios, ni respeto en los lugares donde se va a jugar un partido cualquiera.
ESCENAS DANTESCAS EN LOS ESTADIOS
Lo ocurrido en Maracaná se veía venir. En el mítico campo campo estaban mezcladas las dos aficiones y en algún momento, tal vez por la colocación de una camiseta de Lionel Messi -bien protegido por cierto por Rodrigo de Paul- sobre una pancarta de un sector de la torcida brasileña, estalló todo. Fue una pésima imagen para el fútbol, que ha vivido momentos duros en su historia.
Hay países más propensos que otros. Y no es solo Europa el escenario de los más crueles enfrentamientos entre las aficiones de un club o selección. Pasa en Brasil, no solo en los campeonatos locales, sino en partidos de la Copa Libertadores o la Copa Suramericana. Y en Argentina, por la rivalidad entre River Plate y Boca Juniors, entre Talleres de Córdoba y Belgrano, o en México, donde cualquier partido puede generar violencia.
En Europa, además de alguna pelea en el campo, cada vez más controlada, llama la atención lo que ocurre en plazas, bares, cuando aficiones visitantes acuden, a veces con muchas horas de antelación, para esperar el momento de los partidos, y entonces chocan con los radicales de los equipos sedes. El destrozo, en muchas ocasiones, ha sido total, y en no pocos casos ha habido muertos.
El tenis, salvando las diferencias, es también un deporte. Igual pugnan dos personas por el triunfo, con millones de dólares en juego muchas veces, y la afición mantiene una disciplina estricta. Y en la NBA, a pesar de algún conato de reyerta en los últimos tiempos, las aficiones se comportan bien. El mal está en el fútbol y los que rigen el referido deporte tienen que empezar a tomar cartas en el asunto con seriedad.
Si los partidos tienen que jugarse sin aficiones visitantes, que así sea. Igual si tienen que estar obligatoriamente separadas, pero lo que no puede ser es que se ponga en peligro la vida de personas inocentes, como ocurrió este martes en Maracaná, porque después no vale de mucho la entrada de la policía o los agentes del orden, que a veces solo incrementan el terror e incentivan la violencia.
