Por años Cuba fue una potencia del béisbol mundial. Antes de 1959 era el segundo país con más poderío, solo detrás de Estados Unidos, si de béisbol rentado hablamos, pero las cosas cambiaron con la llegada al poder en La Habana de Fidel Castro, para quien el profesionalismo era un rezago de un supuesto capitalismo decadente, y cortó de raíz la participación de beisbolistas de la isla en las lides de Estados Unidos y otros países.
Entonces Cuba dominó las lides amateurs con puño de hierro. Aún Cuba podía contar con extraclases capaces de enfrentarse con éxito a profesionales, tal como sucedió alguna vez en topes con peloteros rentados de Venezuela, Puerto Rico o Estados Unidos. La representación de la isla caribeña ganaba casi siempre, o ganaba y perdía, pero en los últimos años la situación cambio.
Desde que a principios de los años 90 del siglo pasado desertó el lanzador René Arocha de un equipo nacional y se quedó en Miami, el béisbol en Cuba cambio. Los nuevos jugadores se dieron cuenta que podían triunfar en las Grandes Ligas, que era como decir en el profesionalismo, y comenzó una sangría desmedida que terminó por dejar al borde de la muerte al referido deporte en la isla.
¿AÚN TIENE CALIDAD EL BÉISBOL CUBANO?
Al I Clásico Cuba llevó una constelación de estrellas y disputó la final contra Japón. En ediciones siguientes presentó algunos buenos jugadores, pero no le dio ni para acercarse a la lucha por los puestos en el podio. Y entonces llegó el V Clásico y las autoridades cubanas no tuvieron más remedio que permitir que participaran con la escuadra el país a aquellos que alguna vez dejaron la isla en busca de otros horizontes.
La base del equipo la formaron aquellos que autorizados por el gobierno juegan en lides asiáticas, pero una buena parte venía de América, con peso importante para algunos en activo en las Grandes Ligas, como el jardinero de los Chicago White Sox Luis Robert, o el antesalista del mismo equipo Yoan Moncada, más algunos otros con pasado en la referida competición.
Al principio del V Clásico, parecía que la escuadra cubana seguiría el camino de las más recientes ediciones, porque perdió en fila contra Países Bajos e Italia. Tras el revés frente a los europeos, parecía tener solo opciones milagrosas de seguir en la competencia, pero el deporte muchas veces nos sorprende, y la lid tomó entonces un curso imprevisto: los que ganaron primero perdieron después, y los cinco equipos terminaron abrazados con dos victorias y dos fracasos.
Cuba sacó provecho de la paliza que le dio a Panamá y del buen resultado ante Taipei y finalizó como líder del grupo, y con el derecho a disputar los cuartos de final, en el Tokyo Dome de Japón, ante la escuadra de Australia, que había finalizado segunda del Grupo B, por detrás de los invictos nipones. Hasta entonces, ni los más fervientes aficionados cubanos se creían lo que estaban viendo.
Sin embargo, la escuadra antillana fue a más y derrotó a Australia por un apretado 4-3, en un partido en el que aprovechó las oportunidades del rival, sobre todo en el cuarto capítulo, en el que marcaron todas sus carreras, pero en el que corrieron mal las bases, y la dirección no volvió a acertar en algunas decisiones, sobre todo en referencia a los toques de sacrificio, una acción casi desaparecida del béisbol moderno, porque no rinde frutos casi nunca.
AHORA A MIAMI, LA SEGUNDA CIUDAD DE CUBA
El triunfo en Japón sobre Australia lleva a la escuadra cubana hasta Miami, la ciudad de las pasiones encendidas, desde donde se mira Cuba con odio y nostalgia, o tal vez con nostalgia primero y odio después. Para la mayoría de los habitantes de la urbe del sur de Estados Unidos, el gobierno cubano tiene la culpa de todos los males del país, incluso del éxodo forzoso, y el equipo de béisbol representa a aquel gobierno.
Para algunos, incluso, la presencia en la novena de Moncada y Robert fue una traición a lo que proponían los propios peloteros profesionales: un equipo formado por cubanos que jugaran en Grandes Ligas o en equipos sucursales, sin contar para nada con los del país. Desde Estados Unidos saldrían el manager y los peloteros, entre esos cientos que se fueron de Cuba en los últimos años y que ahora hacen carrera en el mejor béisbol del mundo.
Los organizadores del Clásico dijeron que no. Cuba iría con su equipo, y dieron el visto bueno para la presencia de jugadores de las Grandes Ligas. Y lo que nadie esperaba, ni yo, pasó: los cubanos jugarán la semifinal, contra un rival que tardará aún unos días en conocerse, pero que podría facilitarle su camino a la segunda final de su historia en estos torneos. Así de veleidoso es el béisbol.
Eso sí, desde ahora adelantamos que los boletos para ver el juego de Cuba serán caros, que las gradas estarán llenas, porque, por más que unos y otros intenten politizar y condicionar el deporte, ver en Miami a un equipo cubano en busca de una final de un Clásico Mundial es un hecho único, que nunca ha pasado y que nadie sabe si puede repetirse o no. Así que lo mejor podría ser ir, tomar fotos y dejar constancia.
Que Cuba gane ante el rival de turno en semifinales no lo puede predecir nadie, pero lo cierto es que, hasta ahora, la gran sorpresa del Clásico es el equipo antillano, y nadie sabe si después del Clásico cambia la mentalidad de los gobernantes de la isla en cuanto al béisbol rentado, y permiten que los cubanos disfruten de las Grandes Ligas. Aunque eso tampoco lo puede predecir nadie.
