El Rally Dakar es una prueba dura, difícil, complicada, donde, para terminar, no ya para ganar, es necesario tener un buen vehículo, una forma física excepcional, una mentalidad a toda prueba, incluso mucha suerte, y aún contando con todos estos elementos a favor, es posible que termines la prueba y no logres ascender al podio. Por eso, imponerse es tan importante y tiene tanto mérito.
Y no importa el lugar donde se corra la agotadora prueba. Da igual que salga en París y vaya hasta Dakar, en Senegal. O que se corra en Suramérica, por los chacos argentino o chilenos, que por las empinadas crestas de Bolivia, o en su desierto de hielo, el del salar de Uyuni, que si se va al desierto de Arabia, con todo el glamour que quieren darle los sauditas a la competición como parte de la campaña para exaltar al país ante el mundo.
Y encima de eso, si lo haces por cuarta vez, el mérito es mucho mayor, como ocurrió este año con el español Carlos Saínz, un veterano piloto que, a los 61 años, vuelve a subir a lo más alto del podio y supera el récord anterior para un campeón, que era de 57 años, justos los que tenía cuando se impuso por tercera vez. Lo del ibérico ha sido una hazaña enorme, digna de recordarse para siempre, a no ser que el año próximo se le ocurra volver a hacer lo mismo.
LA EDAD, EL PRIMER RETO
Cuando tienes 61 años, próximo a cumplir 62, lo más normal del mundo es que estés jubilado o pensando en el día que dejes de trabajar para dedicarte a llevar los nietos a la escuela, jugar alguna partida de dominó, o los perros a pasear al parte. Si sigues vinculado al deporte, será como entrenador o como asesor, pero nunca como competidor, ni aunque te dediques al ajedrez.
Incluso entre los trebejos, los reyes abdican temprano. No pueden seguir el ritmo de los jóvenes, de esos que aún la sangre le hierve en las venas y la adrenalina se le amontona y les pide seguir, ir a por más, no parar. Pero con Carlos Saínz las reglas son otras, las normas no cuentan, los patrones no existen, porque ha pasado por sobre todo eso y se ha apuntado un triunfo que puede marcar un hito en la historia del deporte.
Para cada disciplina deportiva hay límites. Los jugadores de baloncesto no suelen llegar a los 40 años. La enorme anatomía de la mayoría impide que el físico le dé para acercarse a edad aún. En el boxeo, algunos sobrepasan las cuatro décadas, pero entonces reciben más golpes de los que dan, y en el fútbol no es normal que haya un crack que se acerque a ese límite cada cierto tiempo.
Me pudieran hablar del argentino Javier Zanetti, que jugó hasta los 42 años. O del propio Paolo Maldini, que pareció eterno con el Milán Ac. Habrá alguno que diga que Cristiano Ronaldo tiene 39 y no se le ve la fecha de caducidad. O que Fernando Alonso, en la Fórmula Uno, ya sobrepasó los 40 y sigue ahí, en busca de un buen coche para intentar ganar su carrera número 33, que no consiguió en la temporada de 2023.
En la gimnasia, con 25 años eres viejo. En la natación si no conseguiste nada a los 27 te puedes despedir y no intentar volver. En las pruebas de velocidad del atletismo puedes acercarte a las tres décadas al mejor nivel, y si eres fondista puedes ir más allá de 35, como en el ciclismo de ruta que no en el de pista. Incluso en el béisbol, si llegas a 40, lo haces solo porque tu contrato está ahí y no quieres perder dinero, pero no es lo normal.
LA FAMILIA SAÍNZ
En el deporte suceden cosas que despiertan siempre a curiosidad. Cierto es que Carlos Saínz, padre e hijo, no compiten en la misma prueba. No es el mismo deporte el Rally que la Fórmula Uno. Un especialista en eventos de motor diría que no tienen nada que ver, y debe ser verdad, porque no debe ser lo mismo pilotar un bólido de los de Fórnula Uno sobre asfalto liso, en un circuito conocido que una prueba a campo traviesa, sin saber qué será lo que viene.
No le quito méritos al menor de los Sainz, que este año ganó el Gran Premio de Singapur y acabó con la hegemonía, al menos de manera momentánea de los Red Bull, porque la más complicada de todas las competiciones de autos es esa, en la que él compite, pero el padre tiene un mérito enorme, y eso de verlos a ambos en el alto rendimiento, a tope y ganando, no es muy común en el deporte, en cualquier deporte.
LeBron james, por ejemplo, quiere estirar su carrera con al intención de compartir cancha con su hijo. Puede ocurrir. Cristiano Ronaldo dijo que le gustaría jugar hasta que un día pudiera saltar al césped con el mayor de sus vástagos, pero me temo que no ocurrirá. En otros deportes es incluso más difícil, aunque en el béisbol hubo un caso en el que padre e hijo alinearon juntos, el mismo día defendiendo los jardines.
Puede que haya habido más, pero el que yo recuerdo es el de Ken Griffey y Ken Griffey Jr., quienes alinearon para los Marineros de Seattle, y en un mismo juego, en turnos consecutivos al bate, conectaron cuadrangulares. El padre tenía por entonces 41 años y daba sus últimos pasos en el deporte profesional, y el hijo, con apenas 20, iniciaba una carrera tremenda que lo llevaría hasta el Salón de la Fama de Cooperstown.
Por eso lo de Los Saínz tiene tanta relevancia, y no solo por los éxitos del hijo en Ferrari, sino por el padre, que ha estirado tanto su carrera que ahora mismo nadie sabe hasta qué edad se pueden pilotar los vehículos en los rallys, y aunque sepamos todos que en ese deporte los competidores suelen resistir mejor el paso del tiempo, hasta ahora nadie ha ganado con más de 6o. Y el mayor de los Sainz parece que no se detendrá.
