Durante la última semana hemos hablado sobre la crisis por la que atraviesa la Selección Mexicana, la cual abarca desde el nivel futbolístico hasta el rechazo de la afición que poco a poco le ha dado la espalda a uno de los emblemas más grandes del deporte en México: el fútbol.
Y es que estamos a tan sólo unas horas de presenciar el famoso “clásico” de la Concacaf que hace al menos una década era dominado por la escuadra mexicana a quien se le conocía como el “gigante” de la zona. Hoy eso ha quedado en el olvido y estamos frente a un equipo pobre en cuanto a nivel, sumergido en las malas decisiones de los hombres de traje, es decir, de los jerarcas del fútbol mexicano.
Un encuentro entre México y Estados Unidos va más allá de los futbolístico y toma importancia por la realidad que viven ambas naciones como vecinas, teniendo siempre como su foco principal el tema de la inmigración.
La inmigración de México a Estados Unidos ha sido un asunto clave en la relación entre ambos países, y este fenómeno tiene un impacto directo en los partidos entre las selecciones de fútbol. Los juegos entre México y Estados Unidos reflejan no sólo una rivalidad deportiva, sino también una conexión cultural profunda marcada por la migración.
Gran parte de la población mexicana en Estados Unidos sigue muy de cerca a la selección de fútbol de México, lo que convierte a los partidos en un espacio de identidad y orgullo. En ciudades con alta concentración de mexicanos, como Los Ángeles, Houston y Chicago, los estadios tienden a estar repletos de aficionados mexicanos, incluso cuando los partidos se juegan en territorio estadounidense. Esta situación muchas veces provoca que los juegos en EE. UU. parezcan “locales” para la Selección Mexicana, dado el fuerte apoyo que recibe.
Además, la migración ha permitido que el fútbol sirva como una herramienta de integración y unión para la comunidad mexicana en EE. UU., mientras que para los estadounidenses, los enfrentamientos representan una rivalidad deportiva que también está impregnada de tensiones históricas y sociales.
Estos partidos suelen ser más que un simple evento deportivo; representan el choque y la mezcla de dos culturas, una diáspora que sigue manteniendo fuertes lazos con su país de origen, y un sentimiento de pertenencia que trasciende fronteras.
Este martes, en la ciudad de Zapopan, México, seremos testigos de un encuentro amistoso más entre ambas naciones, en el que siempre se le exigirá a México que se haga valer en casa en un momento donde la afición ya no está perdonando. ¿Será que México supere su prueba de fuego?
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