El mundo del deporte está lleno de situaciones extrañas, de momentos difíciles, en los cuales uno de los rivales llega al límite y se le aparecen los fantasmas del miedo, porque no sabe cómo resolver la situación, algo así como que no tiene los elementos para controlar al rival. Son cosas habituales en un sector de la vida donde la adrenalina anda siempre a flor de piel, lista para estallar.
El pitcher cubano René Arocha dijo en algún momento que cuando enfrentabas a Barry Bonds, el bateador con tal el mejor prime de la historia, no podías tener miedo ni intentar evitarlo. Con Bonds, aseguraba el lanzador que abandonó Cuba en 1990 para irse a jugar en las Grandes Ligas, lo mejor era apuntar a la mascota del catcher y que sea el bateador el que decida su suerte, porque, incluso, puede pegarle bien a la pelota y ser out.
No todos pensaron como Arocha y tampoco tuvieron tanta suerte, porque el jardinero de los Piratas de Pittsburgh primero, y de los Giants de San Francisco, después, castigó a cuanto lanzador se le paró en frente, hasta convertirse en el máximo jonronero de la historia y de un torneo. Sin embargo, managers y pitchers le tuvieron miedo y le dieron más bases por bolas intencionales que a nadie, incluso alguna con las bases llenas.
TEMOR A LOS GOLPES
También hubo bateadores con miedo a lanzadores y se comportaban muy tras batear, porque sabían que cualquier alarde le podía costar un pelotazo. Algo así dijo recientemente el otrora jardinero venezolano Bobby Abreu, en referencia al pitcher dominicano Pedro Martínez, quien no andaba mirando a quien pegarle la pelota, si consideraba que había hecho algo indebido en su turno al bate.
Hay deportes de combate, donde los contrarios se golpean, incluso hasta la muerte -porque ha habido muertes en boxeo y UFC, por ejemplo- y en esos casos, uno de los rivales se cuida en demasía del contrario, porque tiene miedo de que lo golpee. He visto peleas de un boxeador correr delante de otro, o de decirle a la esquina que le lance la toalla para detener el combate, porque no puede con el rival y no quiere seguir expuesto.
Una vez, un ciclista cuyo nombre no voy revelar, me confesó que le aterraba el momento final de cada etapa, cuando el pelotón iba compacto en las lides con muchos competidores, porque en ese momento, me decía "cualquiera te toca una rueda y te caes, y luego te machaban los que vienen detrás. La última vez me fracturé ambas clavículas", me dijo para ratificarme que el ciclismo es de los deportes más duros y peligrosos del mundo.
Los maratonistas o los corredores de fondo, en general, tienen pavor a que le falten las fuerzas durante la carrera, a equivocar la estrategia e irse detrás de alguien colocado como liebre para agotar a una parte de los competidores y permitir que alguien, predeterminado, se imponga al final. Incluso, a los velocistas les sudan las manos y algunos hasta tiemblan al momento de entrar a la carrilera, previo al disparo que marque la estampida.
Los competidores de deportes de combate o de esos en los que lidias directamente contra un rival, sienten una presión añadida, porque el límite entre el éxito y el fracaso pasa sobre una línea tan delgada que muchas veces es invisible. En ese caso, solo los grandes logran sobrevivir y a mí se me ocurre pensar ahora en el ajedrecista ruso Garry Kasparov y en aquellas largas jornadas de los campeonatos mundiales contra su compatriota Anatoli Karpov.
EL MIEDO EN LOS DEPORTES COLECTIVOS
En el tenis, con el silencio en las pistas, los gritos de los jugadores cuando golpean la pelota, o esos cruces en la red cuando uno de los dos va en busca de definir un punto, es una de los deportes donde más se nota la superioridad de unos jugadores sobre otros, al extremo de que muchas veces uno de los contendientes mira fijo al rival, y el otro solo atina a cambiar la vista para no tropezar con la de su verdugo. Pero son cosas del deporte.
Cuando Michael Jordan encaraba el aro rival, con unos segundos en el reloj para el fin de los partidos, los rivales tenían miedo. Sabían que Air podía cambiarlo todo y que de ese momento dependían muchas cosas. Sentían temor, porque conocían a Jordan y sabían que cuando sacaba la lengua y se la mordía, iba a por todas, porque el mítico alero de los Chicago Bulls salía a la cancha a ganar.
Con Shaquelle O'neal pasaba lo mismo. Cuando el poderoso pivote entraba a la zona pintada y apuntaba al aro, era casi imposible detenerlo. El encargado de marcarlo no sabía que hacer para parar a aquella mole de más de 300 libras y una sorprendente agilidad. Y encima de eso, no podía ser brusco, porque el ex de los Lakers y los Orlando Magics no solía tener buenas pulgas en caso de que alguien lo golpeara para pararlo.
Lo mismo se puede decir de las defensas rivales cuando veían venir en tropel a los delanteros del Real Madrid de los tiempos de Cristiano Ronaldo o Gareth Bale y Karim Benzema. Aquellos contraataques, lanzados como flechas, en busca de la portería rival, sembraban el terror en las zagas contrarias, porque sabían que cualquiera te la podía liar, y por ahí se podía escapar el sacrificio de días, semanas, meses y hasta años de preparación física y mental.
Lo mismo hacía el Barcelona cuando comenzaba a tocar la pelota alrededor del área rival, y la movía de izquierda a derecha y viceversa, en una danza infinita que parecía no terminar nunca, y que en cualquier momento podía terminar con un pase filtrado para que uno de aquellos bajitos se plantara delante del portero y definiera. Solo los rivales de mucha autoestima lograban sobreponerse a aquellas situaciones.