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El fútbol mundial sigue de luto: murió Franz Beckenbauer

08/01/2024
11:59
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El más universal sigue de luto. A menos de 72 horas de la muerte del brasileño Mario Jorge Lobo Zagallo, se marcha otro de los grandes de siempre, el alemán Franz Beckenbauer, el único en el mundo en ganar títulos como jugador, entrenador y, además, haber recibido un Balón de Oro, una condición que lo co9nvierte en una leyenda en su país, donde dejó una estela enorme en el campo, los banquillos y los despachos, funciones a las que dedicó su vida.

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Zagallo, quien murió a los 92 años, fue el primero en alzar la Copa Mundial como jugador y luego como entrenador. Cosechó un par de títulos como compañero de Pelé en el campo, en Suecia 1958 y Chile 1962, pero en 1970, tras la renuncia por supuestas presiones de Joao Saldanha, se hizo cargo de la canarinha y también levantó el trofeo máximo. En Estados Unidos 1994 logró su cuarta corona y segunda como entrenador y rozó la quinta en Francia 1998.

Zagallo estuvo en el banquillo junto a Carlos Alberto Parreira en Japón y Surcorea 2002, pero no estaba en la nómina como asistente. Ese fue el que nos dejó hace unos días, el que antecedió al Káiser, como se conocía a Beckenbauer, el primero entre los defensores que ganó un Balón de Oro, un premio que levantó en 1972 y que repitió cuatro años después. Tras su retiro de las canchas, en 1983, se convirtió en entrenador y muy rápido llevó a Alemania a dos finales seguidas.

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AQUEL TÍTULO DE 1974

Beckenbauer llegó a la Copa Mundial de 1974, con sede en su país, la entonces República Federal de Alemania, como gran estrella. Había sido Balón de Oro dos años antes y la escuadra local era la gran favorita entre las 16 selecciones que obtuvieron la clasificación, entre las cuales se encontraban las poderosas escuadras de Uruguay. Yugoslavia, Suecia, Polonia, Italia, Holanda, la República Democrática Alemana, Argentina y Brasil, que había ganado cuatro años antes.

Brasil venía de ganar tres de los últimos cuatro mundiales, pero ya no tenía a Pelé. Y Alemania tenía a Beckenbauer, y era la oportunidad de demostrar que la Alemania Federal era superior en muchas cosas a los otros alemanes, a los del Este, que tenían buenos resultados en el deporte en general, pero no habían conseguido mucho en el fútbol. La llamada Guerra Fría estaba en su punto, con polarizaciones extremas entre un bando y otro, y una Alemania dividida arbitrariamente.

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Franz ya era el Káiser, por el respeto que imponía en la zaga, el liderazgo entre sus compañeros, y porque era la referencia del Bayern Múnich, el club con el que había debutado en 1963, 11 años antes y con el que jugaría hasta 1977, para luego irse tres temporadas a Estados Unidos, al New York Cosmos, luego regresar por dos campañas al Hamburgo y terminar definitivamente en el Cosmos, donde coincidió con su amigo Pelé, en aquel intentó estadounidense por levantar su liga.

En el Estadio Olímpico de Múnich ganó la RFA la Copa Mundial, al imponerse por 1-2, ante 75 mil 200 espectadores a Holanda. Johan Neeskens había adelantado a los holandeses a los dos minutos, pero Paul Breitner, de penal al minuto 25 puso el empate, y el gran goleador Gerd Muller sentenció al 43. La Copa la levantó Beckenbauer, que ya era el capitán de aquella escuadra plagada de estrellas en la que estaban Berti Vogts y Uli Hoeness, y tenía como técnico a Helmut Shon.

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El sobrenombre del Káiser no era casualidad. Franz un cacique en la cancha, un jugador con una clase y una ascendencia únicas, que se ganaba el respeto de los compañeros y se lo imponía a los rivales, de una forma u otra. Era fácil prever que una vez terminara su carrera, pasaría directamente a los banquillos y así fue. Entre su retiro en 1983 y su contratación como director técnico solo pasó un año y aunque, supuestamente, no tenía experiencia en los banquillos, no la necesitó.

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FINALISTA EN MÉXICO 1986 Y CAMPEÓN EN ITALIA 1990

Los amantes del fútbol, sobre todo los que ya pasan del medio siglo, no pueden olvidar la Copa Mundial de México, en 1986, porque fue el torneo consagratorio para Diego Armando Maradona. El astro argentino, rodeado de un equipo de clase media, pero alistados con él como gladiadores, se proclamó campeón, al vencer en la final a la Alemania que entrenaba Franz Beckenbauer. Alemania, que aún era la RFA, estuvo debajo por 2-0 y logró empatar.

Jugadores de 24 equipos llegaron a México con la ilusión de jugar la final en el colosal Estadio Azteca, ante casi 115 mil personas, y ganarla. Entre esos estaban los alemanes, que vieron cómo se les alejaba el título por los goles de José Luis 'Tata' Brown (23) y Jorge Valdano (56). Sin embargo, Karl -Heinz Rummenigge y Rudi Voller ponían el 2-2 en el 74 y 81, pero Jorge Burruchaga sentenció tres minutos después ante unos germanos agotados.

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Para el Káiser no estaba mal. Había sido finalista, tenía un buen grupo y por delante una Eurocopa y otra Copa Mundial para demostrar su valía como técnico. En la Euro de 1988, también en el Olímpico de Múnich, el título fue para la Holanda de Marco van Basten, Ruud Gullit, Frank Rikjaard y Ronald Koeman. Los locales terminaron terceros, pero dejarían la escena lista para el tercer título mundial, conseguido en la lid de Italia 1990.

Como cuatro años antes, en la final chocaron germanos y argentinos. Argentina no era la misma, porque Maradona no lo era. Los excesos le habían pasado la cuenta a la estrella del Nápoles y Beckenbauer apostó por controlar el partido, por cerrar todos los huecos y por maniatar al Diego y a Claudio Caniggia. Al final, un polémico penal decretado por el árbitro mexicano Edgardo Codesal abrió las puertas del título. Andreas Brehme cobró impecable, lejos del mítico Sergio Goycochea.

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Tras el título, Beckenbauer abdicó. Era un hombre de muchas luces y sabía que seguir al frente de la selección era correr un riesgo innecesario, porque lo más que podía hacer era volver a ganar. Se dedicó entonces al club de su vida, el Bayern Múnich y llegó hasta presidente, y luego presidente de honor. En la ciudad bávara y en toda Alemania lo adoraban. Su muerte es un golpe duro para el fútbol del país porque se llevó, tal vez, al más importante jugador germano de la historia.

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