Unas declaraciones recientes del ya retirado futbolista belga Eden Hazard, me habían convencido de que mi artículo de hoy estaría dedicado a él, pero el fútbol siempre sorprende y no siempre para bien, porque nada más abrí los ojos y consulté las páginas habituales, una noticia lúgubre me aplastó: Andreas Brehme había muerto, Un parto cardíaco le quitó la vida al zaguero alemán, al primer futbolista germano que admiré.
Cuando empecé a ver fútbol, no era el que hacían los alemanes el más vistoso, ni el más limpio. No enamoraba aquella escuadra germana que fue finalista en la Copa Mundial de México-1986 y que perdió el partido por el título ante la Argentina de Carlos Salvador Bilardo y Diego Maradona. O al revés, la albiceleste de Maradona, que fue quien se echó encima al equipo, más allá de lo que decidiera el entrenador en la línea.
No podía ser Alemania la escuadra para enamorarse. Eran más efectivos que técnicos, más fuertes que habilidosos, más efectivos que románticos. Lo de ellos pasaba por mantener la portería en blanco y luego ir a por el arco contrario y meter el balón allí, Eso lo hacían a la perfección y tenían jugadores para ambas responsabilidades, incluyendo delante a Jurgen Klinsmann y Rudy Voeller. No necesitaban mucho más.
ANDREAS BREHME Y EL TITULO EN ITALIA 1990
La Copa Mundial de 1990 debía ganarla Italia. Para eso la organizaron. La condición de sede le daba un plus tremendo a una escuadra que se había convertido en tricampeona ocho años antes, en España 1982. También llegó con cartel de favorito la poderosa selección de Brasil, que ya sumaba tres coronas mundiales. La canarinha era un peso pesado, había logrado armar un equipo tremendo e iba a dar la cara en la lid.
No se podía pasar por alto a Argentina, que tenía a Diego Maradona, y que había sido campeona cuatro años antes. Precisamente fueron los argentinos los encargados de eliminar a brasileños e italianos. Diego tuvo peso, como con aquella asistencia magistral a Claudia Caniggia en el partido ante los brasileños, pero el héroe argentino fue el portero Sergio Goycochea, un suplente que accedió a la titularidad por la lesión de Nery Pumpido.
En dos tandas de penales, ante Yugoslavia e Italia, se lució Goycochea, y en la final, ante Alemania, con el partido empatada 0-0, todos daban por seguro de que si llegaban a los penales, la victoria sería para la albiceleste, porque tenían al arquero sensación de la lid. Claro, a ese choque los alemanes llegaron como trenes, con un poderío físico tremendo y Argentina lo hizo diezmada, lastimada, agotada por la cantidad de minutos jugados hasta ahí.
Sin embargo, el equipo de Carlos Bilardo casi llega a la definición desde los 11 pasos, pero cuando los seguidores de la albiceleste se relamían en el campo, concientes de que era la única forma de imponerse a los teutones, el árbitro mexicano Edgardo Codesal pitó un inexistente penalti, cometido por Roberto Sensini. Había sido una entrada, pero nada más. Y a cobrar fue Andreas Brehme.
El zaguero se tomó su tiempo. Sabía que delante tenía al mejor parador de penales que había enfrentado en su vida. No podía cometer ningún desliz. Tenía que ser un cobro perfecto, porque si el partido se iba más allá del tiempo reglamentario y el añadido, tal vez no hubiera opciones. Tomó entonces carrerilla y ajusto la pelota junto al palo derecho del arquero. Goychochea adivinó, tal vez rozó con las puntas de sus guantes, pero el poste también.
DE MEJOR AMBIDEXTRO, UN TROTAMUNDOS
En ese momento, cuando Brehme se colocó detrás de la pelota para pegarle, sentí que tenía sentimientos encontrados. Quería que ganara Argentina, sobre todo por Maradona o Caniggia, incluso hasta por Goychochea, pero no quería que fallara Brehme. El era en aquella formación alemana el único futbolista que me entraba por los ojos. Tenía clase para lo que hacía, iba bien con una pierna y otra, tenía porte de gran jugador.
El de la melena rubia festejó el gol con apasionamiento. Fue tal vez el mejor gol de su vida, quizás su partido más recordado y no se puede olvidar que ganó dos veces la Copa de Europa, pero un Mundial es siempre otra cosa, porque lleva implícito otras sensaciones, otros sentimientos, además de ser un título que tal vez solo puedas jugar por él una vez en la vida, con un poco de suerte. Algunos ni de eso tienen opciones.
Sus mejores años, aquellos de joven carrilero impetuoso, de centros precisos, lo mismo de un lado que de otro, porque le pegaba con clase con ambas piernas, habían quedado atrás. Le quedaban apenas unos años de fútbol, luego de pasar por diversos equipos, entre ellos el Kaiserlautern, en el que jugó cinco temporadas antes de marcharse al Bayern para jugar un par de temporadas completas.
Su clase lo llevó también al entonces poderoso Inter de Milán, donde jugaban ya sus compatriotas Lothar Matthaus y Jurgen Klinsmann. En el Zaragoza español terminó su andadura de gran futbolista, con una treintena de partidos, cuatro goles y una semidespedida con clase de los campos para irse a una vida para la que no estuvo preparado. Todo le salió mal, las inversiones no fueron buenas, no tuvo buena asesoría y cayó en desgracia.
Cuando peor andaba, en una crisis de la que al parecer no podría salir, un club le ofreció trabajo como cortador de césped. Ningún oficio es denigrante, pero era una falta de respeto hacer eso con Andreas Brehme, uno de los hombres con más historia en el fútbol alemán, y el autor de un gol que le dio una Copa Mundial La vida, sin embargo, le tenía guardadas otras malas pasadas. La última este martes, cuando un infartó lo mandó a descansar para siempre. Descansa en paz, campeón.