Escribir siempre tiene riesgos. implícitos algunos. Si escribes de un deporte antes de un gran partido y das un favorito, corres el riego de que la realidad te aplaste después. Y si lo haces cuando ya pasaron unas horas, entonces el riesgo es mayor, porque solo podrás decir lo que muchoS ya dijeron antes. Incluso puede que alguien te tilde de plagiario, o lo que es peor, que tu texto no tenga mérito alguno.
Así me pasa con Carlos Alcaraz. El viernes pasado, cuando escribía sobre Novak Djokovic y su triunfo sobre el italiano Jannin Sinner, el español se jugaba un puesto en la final de Wimbledon ante el ruso Daniil Medvedev, tercer preclasificado y número tres del ranking de la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP), en un partido que terminó ganando por un triple 6-3.
Mientras yo llegaba a las últimas líneas de mi texto, el español agotaba sus últimos movimientos sobre la cancha principal de All England Club. Le daba la estocada final a Medvedev y también se aseguraba un puesto por la disputa del título, pero yo lo tenía claro: Carlos solo iba a ser un convidado de piedra en la disputa del trofeo y los casi tres millones de dólares. Ganaría Nole.
UNA HISTORIA MAL CONTADA
Soy fan de Alcaraz. me parece el heredero de, para mí, el más grande competidor que he visto en mi vida: Rafael Nadal. Y quería que ganara, pero aquel 6-1 de Djokovic en el primer set, me hizo apartarme de mi televisor, volver la espalda y alejarme para amortiguar un poco el sufrimiento. Así estuve un rato, hasta que me convencí de que el deporte es para disfrutar y no para sufrir.
Cuando volví al partido, el murciano estaba delante en el tie break del segundo set, que terminó por ganar, en uno de esos grandes momentos del partido. Si Djokovic hubiera ganado ese set, no tengo dudas de que el partido hubiera terminado en el siguiente, con un 3-0 lapidario, y la sensación de que el serbio podía jugar hasta los 45 años sin nadie que le ofreciera resistencia, sobre todo en Wimbledon.
Pero ganó Carlos. Fue un set maravilloso, de un tenis de altísimo nivel. Tal vez fue el mejor partido del año, con dos miuras a cada lado de la red. Uno joven, impetuoso, con la sangre hirviendo a borbotones en sus sienes. Y el otro más maduro, calculador, frío, apelando a sus estrategias para intentar sacar provecho de situaciones que había vivido muchas veces. Y esta vez no podía salirle mal.
Luego del tie brak, Alcaraz le devolvió a Nole el 6-1. Y entonces vi muy posible que el español se llevara el título. Pero el serbio es una bestia, uno de esos deportistas que jamás se da por vencido, que si recibe un cabezazo, pone el testuz de nuevo para que lo vuelvan a golpear, mientras se prepara para ripostar. Y lo hizo. Carlos se confió un poco, creo, y le dio algún margen para que emparejara el partido a dos sets por bando.
La sensación de que Djokovic iba a ganar volvió de nuevo, pero solo fue momentánea. Alcaraz salió como una bestia a la cancha, con una concentración total, pocas veces vista a estas instancias en un chico de 20 años y dos meses, ante una leyenda del tenis, tal vez la más grande, y terminó por golpearlo con toda la serenidad del mundo para apuntarse la victoria en cinco sets.
EL MUNDO A LOS PIES DEL ESPAÑOL
Cuando Nole mandó la última bola del partido a la red, hacía minutos que estaba vencido. Cuando no pudo quebrar en la anterior ocasión de servicio del español, se dio cuenta de que ya era imparable y se le veía en la mirada. No había nada que hacer y así fue. A esas alturas, los grandes no dejan escapar la ocasión de ganar. A él lo ha pasado muchas veces. Lo ha vivido a ambos lados.
Entonces Carlos se revolcó en la hierba, gritó, levantó las manos al público, al cielo, y saltó las bardas para ir a festejar con su equipo y con su familia. Fue emotivo el momento, como todo lo que siguió, porque la ceremonia de premiación estuvo marcada por los elogios mutuos, por esas palabras que hacen grandes a uno y otro, que, a la vez, los engrandecen más a ellos mismos.
Djokovic dijo de Alcaraz que tiene un poco de a grandeza de Nadal, de Roger Federer y de él mismo. Que ha logrado unificar en una persona lo mejor que ha dado el tenis en su historia, aunque no explicó si fue porque los vio jugar a todos, o por esas cosas que transmiten los entrenadores cada día, en cada saque, bolea o passing. Y no olvidó decir que ahora mismo es el mejor jugador del mundo.
Carlos tampoco fue parco, y dijo que admiraba a Novak, que, cuando comenzó a ver partidos de tenis, Novak ya ganaba torneos de Grand Slam, seguramente -digo yo- a Federer o a Nadal. Y que aún así, estuvo otra vez al máximo nivel en una final, en un partido de esos que duran cinco horas. Luego hubo complicidad en las fotos. Se notó empatía entre uno y otro todo el tiempo.
Ahora solo resta pensar si alguna vez volveremos a verlos a ambos en la final de un Grand Slam, si estarán en 2024, de nuevo, en otra final de Wimbledon, o, como dijo Djokovic, se verán las caras por el título del Abierto de Estados UNidos, que se disputará en una semanas en Flushing Meadows, el mismo escenario donde el español ganó su primer título de Grand Slam, en 2022, y donde quiere repetir pronto.